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Categoría: Hijos
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Los padres somos quienes protegemos a nuestros hijos de cualquier peligro y es perfectamente comprensible el instinto que impulsa a los padres a proteger a nuestros hijos de todo riesgo o peligro, pero esa actitud nunca ha de llegar a ser de sobreprotección.

El ser humano conoce los miedos desde los días de la infancia. Algunos son necesarios y convenientes, y si no pueden ser superados a su debido tiempo, originarán más adelante conflictos de inseguridad y dependencia.

Todos los padres obedecen al instinto que les impulsa a proteger a sus hijos ante cualquier situación que pueda suponerles un riesgo físico o de otra índole. Este es un comportamiento natural en todos los padres. Sin embargo hay que ser conscientes y evitar a toda costa que esta protección hacia nuestros hijos pase a ser sobreprotección. La sobreprotección trae consecuencias negativas para el desarrollo de nuestros hijos, según los expertos.

Enriquecer sus experiencias con nuevos descubrimientos por su propia cuenta es un derecho que tienen y sobre todo una necesidad en los niños, y el margen de seguridad en estas exploraciones que les impulsa su curiosidad se encuentra en sus propios límites, los de su capacidad y su integridad física, nunca en la inseguridad, la angustia o la comodidad del adulto.

De la seguridad que los niños empiezan a adquirir desde los primeros años dependen en gran medida su capacidad de decisión y la manera en que se relacionarán con los demás en el futuro.

La sobreprotección, en cambio, origina en ellos una dependencia excesiva que les hace crecer asustadizos y propensos a dejarse vencer por el miedo a la menor ocasión.

Todos los niños sienten miedos en determinadas circunstancias, pero entre el miedo que en el sujeto “normal” se dispara por un impulso natural de autoseguridad y el del individuo exageradamente miedoso, existe una diferencia esencial. La misma que podemos encontrar fácilmente, por ejemplo, entre la persona que se asusta de repente al subirse a una escalera que se mueve, y aquella que se pone a temblar solo de pensar que va a tener que subir a la escalera.

Hay miedos en el niño que no son preocupantes, sino a menudo convenientes, y se van superando con el tiempo. Las consecuencias de una sobreprotección son más profundas. Persistirán en el futuro en forma de conflictos graves de inseguridad como pueden llegar a ser la inmadurez en sus relaciones, exagerada dependencia, falta de iniciativa y miedo a hacer algo por sí mismos.

Fuente: Psicología y Pedagogía Infantil: La primera infancia

 

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